lunes, 11 de enero de 2010

Un Viaje a La Gruta de Pertosa.

Siempre creí en la alquimia de los deseos, la imaginación y lo vivido. Todo esto me llevó al punto de partida, a mis raíces ancestrales. Es decir las imágenes y los sentidos vuelven y se recombinan en algo distinto en este primer descenso a la memoria.
En 1998, ya muy cerca de cumplir cuarenta años, decidí viajar a Italia para conocer ese pequeño lugar en el mundo donde había trascurrido la vida de mis abuelos, tíos y también la de mi padre. San Costantino di Rivello, en Potenza, apareció ante mis ojos como un lugar conocido, hilvanado por relatos y sueños.














San Costantino. Vista Panorámica.
Se obseva al fondo el Golfo de Policastro
sobre el Mar Tirreno




El mediodía ardía en las paredes blancas o grises de las casas de dos plantas y techos rojos. Un camino de serpentina flanqueado por montañas bajas me llevó a la puerta por donde en 1940 mi padre partió a la guerra. Imaginé a mi abuela Rossina parada en esa puerta esperando a su hijo durante cinco años, dos de los cuales estuvo prisionero en Alemania en un campo de concentración cuyo nombre era “Viz Doffo”. En abril de 1945 fue liberado por las fuerzas aliadas y después de cuatro meses fue enviado a Italia y llegó a su domicilio los primeros días de septiembre de 1945. Después del reencuentro siguieron los años duros de miseria, de trabajos en una sastrería, y muy pronto otra despedida, pero esta vez hacia América.
San Costantino di Rivello es un pueblo simple, con aguas cristalinas que brotan de las montañas, con la magia de transformar la voz en eco, con huertos donde se mezclan los tomates, la albahaca, las vides, los olivos y el orégano. La siesta es interrumpida por las campanas de la Iglesia o por el cencerro de alguna oveja que es llevada a pastar a esos lugares secretos que sólo conocen los pastores.
Cierto día de julio cuando ya había recorrido todos los rincones del pueblo desde la Iglesia hasta el cementerio, decidimos realizar un viaje a la provincia de Salerno donde se sitúa la Gruta de Pertosa. Algunos dicen que el nombre de Pertosa deriva de la transformación de la locución italiana “per la tosa”, pues los pastores de la zona llevaban los rebaños de ovejas a bañarse en las aguas del río vecino a la gruta antes de iniciar la esquila o cortar el tusón.
Partimos desde Sapri, mis hijos, mi padre y yo en un taxi hacia el Parque de los Alburni. En ese lugar la naturaleza no está contaminada y de pronto nos encontramos frente a la fascinante entrada de la Gruta de Pertosa.
Única en Italia, es posible recorrerla en bote, pues allí fluye un río subterráneo. Entrar al corazón de la montaña fue descender a la prehistoria. En el Neolítico la Gruta estuvo ocupada por las aguas y el hombre que la habitó, construyó palafitos, es decir, viviendas primitivas sobre suelos pantanosos para protegerse de los ataques de los animales o de las inundaciones. En la Edad del Bronce y en la Edad del Hierro siguió siendo el hogar del hombre prehistórico, pero ya sobre suelo firme.
Franco, el guía, un italiano corpulento provisto de linternas, nos introdujo en un mundo de silencio y piedra, de cavidades calcáreas que se ramifican como los tentáculos de un pulpo. Con ademanes pausados y voz monótona nos contó que primero los griegos y después los romanos concurrían a la Gruta para practicar su culto. Más tarde, en el siglo XI, los cristianos consagraron la Gruta al Arcángel San Miguel.


















San Costantino.



Vista parcial








nos detuvimos en el Brazo de las Maravillas, la Gruta de los murciélagos, la Sala de la Virgen, el Castillo, la Sala del Trono, San Gennaro, las Columnas de Hércules, la Sala de las Esponjas.
Desde la Cascada nace un brazo que lleva al Paraíso y más adelante se encuentra el Brazo de la Fuente.
No recuerdo exactamente el color de la Gruta, pero puedo asegurar que el rosa y el blanco se combinaban con el verde-marrón del musgo y ese color indefinido que tienen las piedras que duermen en la oscuridad de los tiempos.
Pero lo que más me impresionó fueron las estalactitas y estalagmitas gigantescas, formaciones delicadas, elegantes y frágiles, las cascadas calcáreas fijas; todo esto produjo una cadena de espectáculos maravillosos marcados por el pasaje metálico y rítmico del agua que continúa un trabajo milenario dando forma a figuras inimaginables.
Al retornar a la entrada formada por un arco de veinte metros de alto y quince metros de largo nos alegramos de ver el sol y reencontrarnos con el calor del verano. Treinta y cinco millones de años habían quedado atrás, mi asombro era indescifrable, me había acercado con mis sentidos a la cuna de mis ancestros; toqué mi rostro y pensé si alguien parecido a mí había celebrado la vida o se habría muerto de espanto y dolor en aquella gruta.
Mis sensaciones fueron diversas, mientras el taxi dejaba atrás pueblos como Teggiano y Padula, pensé en Odiseo que después de permanecer en la Mansión de Circe, ésta le aconseja emprender un viaje a la morada de Hades para consultar el alma del Tebano Tiresias, el adivino ciego. Imaginé que el descenso al Hades o mundo de los Muertos, Homero lo ubicó en la Gruta de Pertosa. Tal vez Tiresias estuvo allí indicando el camino a Odiseo, cuál sería su duración y cómo lograría volver a Itaca atravesando un mar lleno de peces.
Pensé en mi patria, Argentina, y tuve ganas de volver; me encontraba en ese punto del viaje en que se empieza a extrañar todo lo que significa nuestra vida. En este viaje a la Gruta de Pertosa, había logrado llegar mucho más lejos de lo planeado, había tocado con el dedo la llaga del comienzo de los Tiempos.
Dejamos atrás la provincia de Salerno, y ya cerca de Sapri, el Apenino lucano se convierte en un encantador paisaje de colinas. La costa del Tirreno está quebrada por una hilera de promontorios, ensenadas y barrancos, cubiertos de pinos marítimos, lentiscos, ágaves y chumberas. Sobre los promontorios quedan las ruinas de las torres vigías, recuerdos de tiempos pasados cuando los bandoleros sarracenos asaltaban los burgos marineros.
Mientras subíamos a San Costantino di Rivello, el golfo de Policastro se cubría con un tenue velo de estrellas, y las pocas luces del pueblo anunciaban otra noche lejos de casa pero muy cerca de nuestros sueños.

jueves, 3 de abril de 2008

Julian Barnes visita Azul


Estuvo en Azul el pasado 1º de Febrero el escritor inglés Julian Barnes.
Estando de paseo en una estancia vecina fue su deseo conocer la colección Cervantina de la casa Ronco.
En la oportunidad fue recibido por miembros de la Biblioteca Ronco, su presidente Enrique Rodríguez y miembros de la comisión directiva. Acompañaron la comitiva, integrantes de la Asociación Española, y el Intendente Municipal Dr Omar A Duclos.
Julian Barnes es un destacado escritor , autor de numerosas novelas entre las cuales se destacan : “El loro de Flaubert”, “ Antes de conocernos”, “Mirando al sol”y “La mesa limón” .
La casa Ronco, al abrir sus puertas al público en el año 2007 , ha comenzado a escribir una nueva historia cultural para orgullo de todos los azuleños.El ilustre visitante se llevó una grata impresión de nuestro patrimonio y se convertirá en un emisario de nuestro acervo cultural